sábado, 31 de octubre de 2009

La intolerancia y el desprecio





Dos notas publicadas en el diario La Nación los dias 21-10-09 ("El avance de la intolerancia" en http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1188679) y 23-10-09 ("El tiempo del desprecio" en http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1189431) reflejan, a mi modo de ver, la dramática actualidad que los argentinos estamos viviendo pero que (me parece) no le estamos prestando la importancia que tiene.

Aunque Ud. puede leer cada nota completa en los links indicados hice un pequeño resumen de los puntos más importantes.

En el Editorial del 21-10 (“El avance de la intolerancia”) me parecieron destacables estos párrafos:

En una democracia, cualquier persona debe poder disfrutar de la diversidad, sin padecer la anarquía ni la tiranía de las verdades absolutas. Y son la política y el diálogo los que permiten la convivencia pacífica de las ideas y concepciones contrapuestas dentro de un clima de respeto y tolerancia, en un mundo que no tiene cabida para absolutos. Sin embargo, en los últimos años, la intolerancia manifestada y respaldada desde lo más alto de la función pública se ha expandido como mancha de aceite, originando situaciones que podrían haberse evitado.

"La violencia de arriba engendra la violencia de abajo", se decía en los años setenta. Bien podría aplicarse esa frase a lo que ocurre en la actualidad con los frecuentes episodios de intemperancia.

En la Argentina de hoy se está convirtiendo en un lamentable hecho corriente la violencia física contra quienes piensan distinto, que no es otra cosa que un acto de profunda intolerancia y negación del pluralismo que distingue a toda sociedad democrática.

La falta de respeto por las ideas del otro y de tolerancia ante las críticas que puedan verterse desde el periodismo, la incapacidad de comprender que la convivencia social se nutre de la diversidad y no de la uniformidad de las ideas están ganando terreno. Desde los habituales ataques del ex presidente Néstor Kirchner, pasando por los exabruptos del secretario de Comercio, hasta las groseras respuestas del entrenador del seleccionado argentino de fútbol a los periodistas, los malos ejemplos se suceden uno tras otro.

La violencia verbal tiene un rápido correlato en los hechos de violencia física, como los protagonizados por grupos que en no pocas ocasiones fueron apañados desde el poder político. Y ese ejemplo se ha extendido a diferentes sectores de la sociedad, gremiales, económicos o estudiantiles, que no dudan en cortar calles o en recurrir a los escraches, violentando derechos de los demás, como si fueran formas legítimas de protesta.

Es vital que estos hábitos que, lamentablemente, se van convirtiendo en una suerte de cultura política sean desterrados cuanto antes. Ningún sector puede arrogarse el derecho de atacar a otro, ni superar las precisas fronteras marcadas por la Constitución y las leyes.



Dos días después, el 23-10-09, Santiago Kovadloff, en la columna de “Opinión” del diario nos hace reflexionar sobre la decadencia de nuestro país. El artículo es imperdible. Aquí saco algunas frases y comentarios que me impactaron:

Patética transparencia la que va ganando la Argentina: el delito es en ella cada vez más claro. El nuestro es un país donde la Constitución se somete al poder y el poder a los intereses privados de quienes lo detentan. ¿El Estado? Un trampolín inmejorable para lanzarse hacia el enriquecimiento ilícito.

Poco parecen importar las plataformas programáticas. No es el tiempo de las ideas, sino la hora de las consignas. Lo que cuenta son los gestos seductores, las voces bien impostadas, el incomparable hechizo de la imagen.

La ley se ha convertido, entre nosotros, en herramienta dilecta de la corrupción. El Poder Ejecutivo la ha puesto a su servicio. La manipula con maestría. Logra que no exprese su vigencia, sino su impotencia. La brutalidad verbal y la acción brutal se complementan. Una potencia a la otra. La inseguridad ya no es una amenaza: estamos en la selva.

La degradación prospera. Se expande como un río desbordado. Quienes la auspician no enmascaran su desprecio por la miseria, por el dolor, por la vida humana. Todo lo contrario: se jactan de lo que hacen, ostentan su impunidad. Dicen que no sucede lo que pasa. Y al que pretenda lo contrario, se lo aprieta. Cunden los intentos de extorsión. Se extiende el espionaje. El control de los disidentes perfecciona sus recursos. Sus voceros enumeran las espaldas que partirán a palos, los ojos que harán saltar. La tropa fascistizada asalta las empresas.

Este es nuestro tiempo. El tiempo en que las investiduras tienen precio. El de la mentira enmascarada. La atmósfera social no puede estar más enrarecida. Desfigurada por las violaciones incesantes que padece, la democracia argentina va perdiendo casi todo lo que ganó en este último cuarto de siglo. Incluso el pulso de la esperanza se ha debilitado.

Y tragedia de un país que pierde el tiempo y, con el tiempo, sustancia. Kirchner no está dispuesto a aprender de su derrota. Quienes lo derrotaron no se muestran dispuestos a aprender de su victoria. Triunfo unánime de la hipocresía y de la ineptitud.

Siempre habrá ocasión de añadir nuevos fracasos a los fracasos ya producidos. Uno de los mayores logros de la corrupción reinante es estar minando la fe en los valores que deben dar vida moral a la función pública. La gente está cansada de que se la instruya una y otra vez en lo que ya sabe.

La crisis argentina es el resultado de la pérdida de un norte modernizador en la concepción del Estado y la sociedad. La vigencia empedernida del populismo prueba la magnitud de esa pérdida. La hondura de nuestro apego a la estafa.

¿Cómo trazar el camino que lleve de la mistificación en la que estamos inmersos al sinceramiento indispensable?
La primera de esas ideas indispensables es la de un proyecto de país, básico y consensuado. Lo que se le pide son medidas capaces de poner freno al aluvión transgresor de la ley en que el oficialismo encuentra su logro.

Las sociedades sin capacidad de reconocer sus valores indispensables terminan incautadas por cualquier ilusión. Acaso sea por eso que tanto cuesta salir de la ciénaga. Nada puede resultar más riesgoso.

La política sin sustancia cívica maniató las instituciones. Y avanza a medida que destroza los restos del tejido republicano. Es el mundo de los negocios personales instalado en el Estado. Es el Estado concebido como mundo de los negocios personales.

No bastará con volver a derrotar en las elecciones a los voceros de la corrupción. Habrá que probar lo que aún no fue demostrado: que se tiene claro qué hay que hacer con la victoria. Para terminar con el atraso, la ignorancia, la miseria. Con la propia incompetencia.



Intolerancia, corrupción, degradación, ignorancia, transgresión, estafa, fracaso, hipocresía, ineptitud, incompetencia, impunidad, extorsión, brutalidad, tiranía, violencia verbal y física, falta de respeto. Lindo resumen, no?.

Y nosotros, qué hacemos para frenar esta decadencia?. Votamos, ganamos y terminamos perdiendo. No estaremos demasiados tranquilos viendo pasar esto a nuestro lado?.

No nos estaremos acostumbrando a la irracionalidad de la protesta, a la violencia y exageración de los reclamos, a la falta de respeto hacia los que piensan distinto?.

No propongo salir con palos y encapuchados a pegarles a quienes actúan fuera de la ley. Si actuáramos de esta forma caeríamos al nivel de los intolerantes.

Algo tenemos que hacer. Yo empecé con esta nota para que todos podamos reflexionar y no nos quedemos demasiados tranquilos viendo pasar nuestra decadencia.

Opine . . .